« Si te sientes vacía, grita »
Y se quedó callada,
más callada
incluso
de lo que ya estaba
- en el caso
de que sea posible
ponerle grados
al silencio-.
Le dedicó una mirada casi de desprecio,
con un insulto afilado
escupido en cada pestañeo.
Gritar,
como si a alguien le importase,
como si el ruido fuera a llenarle
por arte de magia
de un poco más de luz
o un poco menos
de oscuridad.
Suspiró mientras pensaba
por qué narices había vuelto a acudir a ella,
que con su sonrisa de plata
nunca había tenido reparos
en quitarle todo lo que había conseguido
arrancarle una carcajada de sus entrañas
- aun con lágrimas
a punto
de precipitarse al vacío
por vivir en unos ojos
ahogados de esperanza
deshojada por los años
de la misma manera
que se deshojan margaritas -.
« Tus consejos siempre son una mierda »
Guerras que no existirían
si ella no se hubiese empeñado
en iluminar con su luz blanca
piedras desordenadas,
ruinas,
y las hubiese vestido
con un disfraz de imperio
- de ojos castaños
y pelo moreno -
al que pocas personas
hubieran sido capaces de resistirse.
¿Quién coño se creía que era
para decidir qué noche le apetecía más
venir a iluminarle las sábanas
y de paso quemarle un poco más la vida?
¿Qué necesidad tenía
de seguir escupiéndole en la cara
todos y cada uno de los nombres
de los perdidos
en aquel río de sangre?
Si ya hacía meses que dormía
a pecho descubierto
con la ilusión de que alguien fuera,
se tumbara a su lado,
le acariciara el cabello,
y le clavara una lanza envenenada entre las costillas
Si hacía meses que se excitaba
imaginando que alguien aparecía
a los pies de su cama
y le arrastraba con fuerza
hasta llevarla al armario
obligándole a conocer a sus propios monstruos.
Y después follar,
frente a ellos,
para que no quedase ni la menor duda
de quién mandaba
en esa República.
« Vete a la mierda, guapa. »
más callada
incluso
de lo que ya estaba
- en el caso
de que sea posible
ponerle grados
al silencio-.
Le dedicó una mirada casi de desprecio,
con un insulto afilado
escupido en cada pestañeo.
Gritar,
como si a alguien le importase,
como si el ruido fuera a llenarle
por arte de magia
de un poco más de luz
o un poco menos
de oscuridad.
« Ah, claro, se me olvidaba que hablaba contigo
¿No te agota?
En fin, solo hay que verte la cara.
¿Cuánto tiempo llevas así?
¿Media vida? »
Suspiró mientras pensaba
por qué narices había vuelto a acudir a ella,
que con su sonrisa de plata
nunca había tenido reparos
en quitarle todo lo que había conseguido
arrancarle una carcajada de sus entrañas
- aun con lágrimas
a punto
de precipitarse al vacío
por vivir en unos ojos
ahogados de esperanza
deshojada por los años
de la misma manera
que se deshojan margaritas -.
« Tus consejos siempre son una mierda »
« Oh, vaya, gracias. Para una vez que hablas te luces, nena.
Sabes que soy la única que espera a que te duermas
para mirarte descansar,
calmada y rendida
ante todas y cada una de tus guerras ¿no? »
Guerras que no existirían
si ella no se hubiese empeñado
en iluminar con su luz blanca
piedras desordenadas,
ruinas,
y las hubiese vestido
con un disfraz de imperio
- de ojos castaños
y pelo moreno -
al que pocas personas
hubieran sido capaces de resistirse.
¿Quién coño se creía que era
para decidir qué noche le apetecía más
venir a iluminarle las sábanas
y de paso quemarle un poco más la vida?
¿Qué necesidad tenía
de seguir escupiéndole en la cara
todos y cada uno de los nombres
de los perdidos
en aquel río de sangre?
Si ya hacía meses que dormía
a pecho descubierto
con la ilusión de que alguien fuera,
se tumbara a su lado,
le acariciara el cabello,
y le clavara una lanza envenenada entre las costillas
Si hacía meses que se excitaba
imaginando que alguien aparecía
a los pies de su cama
y le arrastraba con fuerza
hasta llevarla al armario
obligándole a conocer a sus propios monstruos.
Y después follar,
frente a ellos,
para que no quedase ni la menor duda
de quién mandaba
en esa República.
« Vete a la mierda, guapa. »