24 de junio de 2016

◄◄


Me haces daño.

Me hace daño verte
y pensar que nunca serás mio.
O que nunca serás tuyo en mis brazos.
Que llega invierno,
como siempre,
y tu no serás quien me haga los dias
un poco más cálidos.

Me hace daño.
Me hace daño pensar que pudimos haberlo tenido todo
y que nuestro todo
acabó siendo nada.
La nada más vacía,
más en blanco, más sin nada.

Me das miedo como me dan miedo
todas las cosas que tienen poder.
Porque tienes poder.
Porque te di poder.
Y en cualquier momento puedes venir
- porque puedes - y sonreirme
y te juro que el mundo se para,
se ralentiza, y todo comienza a verse diferente.

Siempre supiste qué hacer para que viese las cosas diferentes.
Contigo existían todas las perspectivas,
todos los puntos de vista,
todos los cristales por donde mirar.
Me enseñaste que el mundo también puede girar más lento
si se escuchaba desde tus pestañas.
Me obligabas a frenar y a no precipitarme.
Y también me enseñabas a querer parar,

y mirarte.



Y mirarme.







Pero el invierno ha llegado antes de tiempo y no estás
- aunque todavía apareces en mi cama -.
Y pese a que ahora todo parece una película acelerada,
entre cien mil caras serias de ciudad
y de rutina
todavía tengo la esperanza de encontrar la tuya.

Como el minuto después de que te digan
que los reyes magos son los padres,
no me creo que te hayas ido
y que ya no existamos.

No me creo que ya nunca más
vayas a mirarme como quien mira un sueño.

No me creo que esto sea todo.

Fuiste el concierto de mi vida y has acabado.
Y ahora tengo que volver a casa
y aceptar que ya no hay más,
que eso fue todo
y que fue bonito.

Pero si, conozco esa ley de mierda que dice
que todo lo que empieza acaba,
que nunca se repiten los momentos y
que si tu llegaste a mi vida fue de paso.
Que si llegas dos segundos tarde
siempre estás a tiempo de ver como el tren arranca
y se aleja,
y que como no te des prisa
- y huyas -
no podrás evitar quedarte embobada
mirando como desaparece entre las montañas.

Te vi desaparecer como quien no puede hacer nada más.
Te vi desenfocarte aunque a veces te girabas y me sonreías
y todo volvía a estar en su sitio.



Pero seguiste andando.