19 de septiembre de 2014

Inquilinos







Sigo en el lugar de siempre,
en ese que un día hice nuestro
sin que tú lo supieras.
Sigo aquí y es bonito sentir
como si no hubiese pasado tanto tiempo
de aquellas últimas conversaciones.

Porque sí,
ha pasado mucho tiempo
y ya nada es igual
aunque todavía duela o haya dolido.



Sabía que volverías
y lo hiciste.
Y es que siempre vuelves
cuando comienzas a echarte de menos.



Hace meses y meses me di cuenta
de que para ti sólo soy
ese camino que tienes que atravesar
para volver a casa.

Y era bonito de verdad.

Era bonito poder hacer sentir a alguien
como en casa,
era precioso ser el lugar donde tú decidías perderte
para después encontrarte.
Y me encantaba ver como deambulabas
por mis callejones sin salida.

Pero siempre acababas marchándote
y te alejabas de nuevo
asegurándote de clavar
el cartel de "se alquila" bien fuerte
en lugar de "abandonado".



Siempre te ha gustado volver
y yo jamás me he opuesto a que entrases de nuevo,
aunque terminé perdiéndome entre labios de otros inquilinos
y eso nunca te lo dije.

Y acabé perdiéndome más.



Por mi parte,
hace bastante que dejaste de ser
mi camino de vuelta a casa,
dejé de sentirme a gusto
ente tus paredes
y tu tejado comenzó a tener goteras
que me helaban la sangre.

Entonces todo empezó a ser invierno entre tus brazos.

El granizo empapaba la almohada
y tú seguías sin hacer nada para evitarlo,
para protegerme,
ni siquiera para repararte a ti mismo.



Empezaste a romperte
y yo me dejé romper contigo.
Y así nos destrozamos.

Luego descubrí que habían más sitios
donde dormir y dejarse curar las heridas.
Paredes que te besaban sin helar la piel
y almohadas que no te hacían sentir calor
pero tampoco frío.


Y eso me pareció suficiente.