19 de abril de 2014

Cobarde.



El problema de encontrarme contigo es que, después de casi dos años, todavía intoxicas. Y odio que estas palabras tengan escritas tu nombre y no el suyo como título porque ya hace tiempo me quedó claro que no te merecías ni la más mínima letra que mis dedos pudiesen escribir. Pero vuelves a hacer lo mismo de siempre y yo vuelvo a tener ganas de que te acerques. Pero esta vez lo justo. Solo para que observes los ojos que jamás podrás tener al otro lado de la almohada. No te dio mucho tiempo a verlos aquella noche de diciembre. Y puede que suene prepotente pero no me importa. Tu lo hacías cada vez que hablabas. Atrévete a mirarme a los ojos, a los mismos que te lloraron esa madrugada entera hasta doler mientras prometían no hacerlo nunca más. Atrévete a llamarme una sola vez y a decirme "lo siento" como debiste haber hecho esa noche. Atrévete a decirme que todo lo que pasaba por mi mente era mentira, que yo ya estaba completa y que no necesitaba a nadie que me salvase. Tus abrazos se convirtieron en puñetazos en el estómago y arañazos por mis piernas; tu sonrisa, en la tortura más angustiosa de todas las navidades. Juré odiarte hasta con la más mínima parte de mi cuerpo. Me convencí de que eras eso, tóxico, y que era mejor mantenerte lejos de mi. Ahora es todo un placer ver como sigues siendo el mismo capullo de siempre disfrazado de interesante que me llamó la atención. El mismo que ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos. Presumías de valiente y has resultado ser todo un cobarde. Que te vaya bien.